La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Ay como me duele estar despierto y no poder cantar
¿Cómo expresarte sin palabras? Me muero si no estás
El tiempo pasa y todo cambia, hoy lloro de soledad
El sueño que llevo en el alma de repente ya no está
Que la sonrisa se ha marchado
Mis lágrimas caerán
Al taller del maestro vengo, pues él me curará
Me tomará entre sus brazos y cada herida sanará
Las herramientas del maestro, mi alma él remendará
Martillo en mano y mucho fuego, aunque me duela ayudará
A conocerlo y entenderlo, a saber que nada merezco
Amar es más que un pretexto, es una entrega, es un negar
Más que aquel sentimiento, es la decisión de amar
Al taller del maestro vengo
Allí, allí el sol se pondrá
Al taller del maestro vengo
Carpintero mi alma aquí está
Al taller del maestro vengo
No importa el tiempo que allí he de estar
Al taller del maestro vengo
Ay de aquellos días que hizo frío, el sol no apareció
Cuando el talento no lo es todo y el silencio vale más
Que mil palabras sin sentido; la vida que morirá
Si tu no estás aquí conmigo de qué sirve mi cantar
¿Para qué la fama y las estrellas, si el maestro allí no está?
¿Para qué decirte que te amo, si contigo no quiero estar?
Al taller del maestro vengo