La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Aquel bendito chaparrón
Que acabó con el verano
Alas le puso al corazón
Y en mis manos un regalo;
Y, sin mediar palabra, tú,
Queriendo sentir mi peso,
Me entregabas un alud
De humedades y de besos.
Y rodaba por las dunas
Con un ser de las alturas:
La pasión bajo el plumaje
Cuando se desnuda un ángel.
Hay sitio en casa, quédate
Tú sin irte por las ramas,
Te hiciste hueco para un mes
Que vivimos en la cama.
De tanto perder el tren
Y entre tanta despedida
Llegó el desorden al edén:
Esa gloria no era vida.
Y tomaste tu camino,
Yo la senda de un mal vino:
Un dolor duro y salvaje
Cuando te abandona un ángel.
Tus besos son mi religión,
En la playa de poniente
Vuelvo a cantarte tu canción
Con las nubes de septiembre.
Un rayo en el corazón
Y en mis venas un naufragio
Si un bendito chaparrón
Se convierte en el presagio.
De tus pasos en la arena
La nostalgia me envenena:
Un dolor duro y salvaje
Cuando no regresa un ángel.
Yo rodaba por las dunas
Con un ser de las alturas:
La pasión bajo el plumaje
Cuando se desnuda un ángel.