La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
No recuerdo nada de la gente alrededor,
Sólo sus dos ojos y su voz;
No recuerdo cuantas horas pude resistir
Mi memoria está en el hombre al que vi morir.
Acuérdate de mí, cuando venga tu reino,
No me dejes solo.
Su voz me respondió y al mirarme sus ojos
Fueron mi esperanza.
No sé si era noche o era día en jerusalén,
Era tan extraña aquella luz;
No sé cómo fue que coincidí allí con él,
Sé que yo sí merecía aquella cruz.
Acuérdate de mí, cuando venga tu reino,
No me dejes solo.
Hoy mismo te veré cabalgando a mi lado,
En el paraíso.
No recuerdo nada bueno que haya hecho yo,
Sólo aquel momento que viví;
Cuando le vi a él por fin me pude ver a mí,
Mi miseria y mi maldad reconocí.
Acuérdate de mí, cuando venga tu reino,
No me dejes solo.
Su voz me respondió y al mirarme sus ojos
Fueron mi esperanza.
No recuerdo nada de la gente alrededor,
Sólo sus dos ojos y su voz;
No recuerdo cuantas horas pude resistir
Mi memoria está en el hombre al que vi morir.