La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Yo vivo sin sol,
Si tengo el calor de tús manos
Yo vivo sin aire, si tengo tú perfume
Yo vivo sin los mares,
Si tengo el sal de tú lágrima
Yo vivo sin palabras
Si tengo tús lábios para leer
Sólo, no vivo sin tú amor
Sólo,
No vivo sin tú corazón a pulsar por mi
Sólo, vivo porque te extraño
Yo vivo sin las nubes,
Si tengo el sonar de tú respiración
Yo vivo sin pastillas,
Si tengo tús besos para consolarme
Yo vivo sin los discos,
Si tengo tú voz para despertarme
Yo vivo sin cama,
Si tengo tús brazos en mi espaldas
Yo vivo sem la lluvia,
Si tengo tú saliva
Yo vivo sin las estrellas,
Si tengo tús ojos
Yo vivo sin la luna,
Si tengo tú piel desnuda
Yo vivo sin angeles,
Si tengo tú alma