La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Yo tuve un sueño, te quiero contar
cargaba una gran cruz.
Delante mío había otro hombre más,
lo llamaban Jesús.
Él era el Príncipe de Israel,
un Príncipe de amor.
En cambio el hombre que estaba al lado de él
y yo era un ladrón.
Lo maltrataron mucho más que a mí
clavándole en la cruz.
Pero había algo que no podían quitar,
era su enorme, enorme luz.
Le dije yo quiero estar ahí,
vivir a su lado, Él dijo: si crees en mí,
crees en mí, yo creo en ti.
Y junto a los salvos adorar
al único Príncipe de paz.
Yo creo en ti, yo creo en ti,
yo creo en ti… Oh sí, oh sí.
Yo creo en que Jesús salvó mi vida,
me regaló una eternidad.
Y sí Jesús pagó el gran precio
por la humanidad.
Le dije yo quiero estar ahí,
vivir a su lado, Él dijo: si crees en mí,
crees en mí, yo creo en ti.
Y junto a los salvos adorar
al único Príncipe de paz,
yo creo en ti, yo creo en ti,
yo creo en ti… Oh sí.
Le dije yo quiero estar ahí,
a su lado, Él dijo: si crees en mí,
crees en mí, yo creo en ti.
Oh sí, oh sí, yo creo en ti.
Oh sí, oh sí, yo creo en ti…