La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Pobre brujo de la aldea está de mal humor,
le dolieron las palabras del predicador.
Oh-e-o-e-oh, el predicador.
Oh-e-o-ae-o, sólo habló de amor.
Los nativos de la aldea oyen del amor,
que Jesús bajo del cielo como Salvador.
Oh-e-o-e-oh, porque Jesús murió.
Oh-e-o-ae-o, y resucitó.
El brujo no entiende, no quiere creer,
pero su danza no tiene poder.
Imágenes mudas, brebajes de olor,
pero no calla el predicador.
Dios bendito ven, desciende y tócale, no tardes Señor.
Dios bendito ven, desciende y llámale, clama el predicador.
Oh-e-o-e-oh, Oh-e-o-ae-o.
En su choza una noche el brujo despertó,
se quedó más que asombrado por lo que soñó.
Oh-e-o-e-oh, el Señor le habló.
Oh-e-o-ae-o, el Señor le habló.
Dos siluetas en la jungla, hacen oración,
y en el cielo se hace fiesta, Dios le perdonó.
Oh-e-o-e-oh, porque Jesús murió.
Oh-e-o-ae-o, y resucitó.
El brujo no es brujo, ya no quiere danzar,
todos los ritos quedaron atrás.
El brujo no es brujo, ya no quiere callar,
cada mañana, le gusta cantar.
Dios bendito ven...