La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Perplejo escucho
A mis sueños ocultos
Abandonando la calma
Convirtiéndose en cenizas
Solo me encuentro
En la ausencia de mi entrega
Con mis vestigios a resignar
Te refugié en mis alas
Te amparé en mi soledad
En interminables noches
Las pesadillas sucumben
No queda más que la disputa
Entre lo amargo y lo incierto
No puedo pensar
En sobrevivir
Sin desechar
Visiones amargas al perder