La música cristiana es de origen judío: la liturgia musical de la sinagoga, en particular el canto psalmódico de los judíos como unidad poética musical, fue un legado preciado transmitido del Israel antiguo al cristianismo primitivo, como forma de manifestar tanto a nivel personal como comunitario las creencias religiosas y la fe en Dios.
Caí, por ti,
Debajo de un abismo,
Y me quede, ahí,
Viviendo en un incendio,
Que yo construí,
Luchando contra mí,
Ya sé, tome,
Un corazón ajeno,
Y lo queme, robe,
Se convirtió en veneno,
Y se quedó en mi piel,
Muy caro lo pague.
Vivo a escondidas,
Amándote en la obscuridad,
Guerras perdidas,
Que estoy cansada de pelear,
Busco salidas,
Porque quiero dormir tranquila y respirar,
Ya no te quiero amar.
Te dejo ir,
Pues nunca fuiste mío,
Y me canse de huir,
De miles de vacíos,
Que llene de ti,
Ahora lo entendí.
Vivo a escondidas,
Amándote en la obscuridad,
Guerras perdidas,
Que estoy cansada de pelear,
Busco salidas,
Porque quiero dormir tranquila y respirar,
Ya no te quiero amar.
Y voy a perseguir mi paz,
Te juro que merezco más,
Y esta pesadilla pasará.
Vivo a escondidas,
Amándote en la obscuridad,
Guerras perdidas,
Que estoy cansada de pelear,
Busco salidas,
Porque quiero dormir tranquila y respirar,
Ya no te quiero amar.
Ya no... Te quiero amar.